Desde
que era niña soñaba con encontrar a esa persona especial, destinada a
quererme y estar a mi lado en las buenas y las malas. Lo imaginaba
cariñoso, bien parecido, de mirada dulce y sobre todo, muerto de amor
por mí. En otras palabras, esperaba a un príncipe de cuentos que me
cambiara la vida y me hiciera “feliz para siempre”.
Como
era obvio, ese personaje nunca llegó y las pocas relaciones
sentimentales que he tenido hasta ahora me enseñaron que ese ideal de
felicidad es más difícil de alcanzar de lo que pensaba. Bueno, al menos
eso creía hasta que hace unos años atrás, y aunque suene ridículo, ante un dolor intenso de quedarme sola, me dí cuenta de que yo era más
afortunada de lo que pensaba. Muchas veces tuve deseos de creer y pensar *porqué a mí * pero lo que
necesitaba para terminar de entender que en mi vida habían personas que
no valoraba lo suficiente y que desde que tengo memoria están conmigo
en las buenas y las malas, siempre dispuestas a ofrecerme cariño y
solidaridad.
Hablo
de mi familia, mis seres queridos, que más de una vez han llenado mis fines de semana,
levantado el ánimo cuando estuve triste y con los que he compartido
innumerables aventuras y anécdotas durante toda mi vida.
Cuando estuve triste porque me hirió la vida, ellos siempre están pendientes para llenarme de amor., si necesito un consejo, estoy
segura que me darán las mejores apreciaciones y cuidarán de mí con mucho amor.
Resulta
que ellos tan especiales que tuve desde niña, siempre estuvieron conmigo, sólo que no lo entendía. Tal vez porque su
amor era algo que daba por sentado, nunca pensé mi vida sin ellos.
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