No importan las caídas, si se aprovechan para subir. La caída en sí misma, aunque semeja una derrota y duele como si tal fuera, puede convertirse en victoria de humildad y de amor; porque se puede subir por amor, y también por amor puede uno levantarse después de la caída.
La caída encierra lecciones tonificantes: aprendes la necesidad de la vigilancia, del no fiarte de ti mismo, de confiar totalmente en Dios. Al levantarse, se lame uno las heridas, y camina más despierto.
Mala es la caída cuando se queda uno tirado, cuando no se levanta, cuando se da por muerto.
¿Quién ha triunfado en todas sus guerras sin ser derrotado nunca? Nadie...! El mismo Dios hecho carne quiso llegar a la victoria, pasando por la máxima derrota.
El haber caído muchas veces no asegura que todo acabará en derrota; mientras haya oportunidades por delante, puede inclinarse la victoria a uno u otro bando. Gengis Kan comenzó perdiendo y terminó ganando. Napoleón ganó decenas de batallas, pero lo perdió todo en Waterloo. Dígase lo mismo del cartaginés Aníbal, que venció en Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas, pero un puñal que supo esperar tenazmente su momento, se le hundió un día en el pecho, y ahí terminaron sus victorias.
Autor: Padre Mariano de Blas, L.C.